Algunas personas debido a su educación y al ambiente en el que se han criado desarrollan conductas de evitación de la sexualidad que les impiden vivir sus relaciones amorosas con naturalidad.
Todavía llegan a consulta, aunque no con mucha frecuencia, personas que tienen dificultades para iniciar y compartir el placer sexual. Como el caso de una guapa chica de aproximadamente unos 30 años, agradable, dulce, también insegura y retraída. Ella reconoce que está bloqueada en ese sentido, que a su edad no es capaz de acariciar sus partes íntimas (así las llama). El lenguaje que utiliza es interesante. No habla de vulva o de clítoris; utiliza “partes íntimas” para referirse a unas zonas del cuerpo que considera innombrables, y por ende, inaccesibles. “De eso no se habla” y “eso no se toca” son mensajes habituales que muchas personas han oído, pero que no afecta a todas por igual.
Para Mercedes, vamos a llamarla así, la relación con el sexo siempre ha sido incomoda. Ella ha seguido los dictámenes de su entorno, criada en un ambiente muy tradicional, en una familia rígida, con ausencia de contacto físico. Mercedes cuenta como nunca ha visto en sus padres la menor expresión de cariño, ni tan siquiera darse un beso. Con los hijos tampoco se prodigaban. En su infancia no recuerda ni abrazos, ni caricias. Por otro lado, en el colegio de monjas de su infancia, reforzaban la visión negativa y peligrosa de la sexualidad. Ella se fue acomodando a su entorno y fue dejando de lado cualquier expresión sexual.
Cuando Mercedes acude a consulta es una chica que aparentemente tiene todo para ser feliz. Como buena estudiante, terminó su carrera con excelentes notas y tiene un buen trabajo. Y un recién estrenado novio, que la valora y la desea. Y ahí viene el problema. Ella llega a decir: “si no existiera el sexo, todo sería perfecto. Yo estoy enamorada de él, pero cualquier acercamiento sexual me resulta muy incomodo”. Por su parte, al chico, criado en un ambiente mucho más abierto y con un sentido más positivo del sexo, le resulta difícil entender las reservas de Mercedes; no comprende que si ella lo quiere —y de eso no tiene duda— tenga tantas dificultades para demostrárselo en la cama.
Ella comenta textualmente: “yo era de esas personas que no se masturbaba porqu
e me daba pánico acariciar mi cuerpo. Me resultaba imposible pasar mis dedos por los genitales; ese calor, esa humedad me asustaban. Venir a consulta y hablar del tema me ha ayudado mucho. He aprendido a satisfacerme a mí; ahora he conseguido descubrir mi cuerpo y mis reacciones. Con mi novio he ido aprendiendo que no hay porque tener miedo. He conseguido liberarme de todo tipo de aturas y miedos que sentía antes. Ahora todos los días acaricio mi cuerpo y me siento bien, no siempre lo hago para conseguir un orgasmo, pero me reconforta saber que estoy a gusto con mi cuerpo, que mi cuerpo es mío, y que ya no hay zonas tabús para mí”.
Traemos a colación este caso para llamar la atención y apoyar a las personas que debido a las presiones del ambiente viven su sexualidad de forma problemática, en mayor o menor grado, llegando a sentir malestar, miedo y culpa. Es una pena que todavía ocurran estas cosas y que para algunas personas sea tan difícil disfrutar de la sexualidad, cuando por naturaleza somos seres sexuados y el placer debería ser una fuente de satisfacción y no un motivo de conflicto.
¿En alguna época de tu vida has vivido la sexualidad de manera problemática? ¿Cómo te imaginas vivir la sexualidad de esa manera? ¿Conoces algún caso parecido al que contamos?
MARIA PEREZ CONCHILLO