En consulta nos encontramos con pacientes, que sin sufrir un trastorno sexual, se podrían considerar físicamente poco receptivos. Son personas que han vivido su desarrollo psicosexual en un ambiente con muy escaso contacto físico. Niños que han recibido pocos besos y caricias, a los que no se les ha hecho cosquillitas, ni se les ha acunado suficientemente; cuando esto es esencial en nuestro proceso ontogenético, en nuestra evolución. A los seres humanos nos gusta relacionarnos piel con piel, somos mamíferos que necesitamos un largo periodo de crianza en contacto físico con otras personas y eso tiene una gran influencia en nuestras relaciones en la vida adulta.
Las personas que han vivido estas carencias durante su infancia, han tenido pocas oportunidades de compartir abrazos y caricias, podríamos decir que sufren de un tipo de deprivación que les dificulta sus relaciones con el entorno y que se exacerba cuando se trata de relaciones de pareja que incluyen el íntimo contacto genital. Vienen a consulta con problemas, porque tienen dificultades (ellos y ellas), porque sus parejas se quejan de que están rígidos como un palo, de que no les pueden tocar ni por allí ni por allá, ya que el contacto físico les hace sentirse incómodos.
Podríamos pensar que este patrón lo podemos encontrar con más frecuencia entre mujeres, pero no siempre es así. Precisamente muchos hombres, además de haber estado sometidos a la deprivación mencionada, se les ha enseñado que cualquier muestra de afecto puede ser considerada una debilidad, por lo que mantienen un patrón rígido de contacto físico, admitiéndolo únicamente en las contadas y precisas ocasiones en que median conductas explícitamente sexuales. Ésta actitud les hace parecer bastante ariscos y poco accesibles emocionalmente, lo que puede ser un hándicap para la vida en pareja.
Cuando se habla de sexualidad se asocia a las relaciones sexuales y a la genitalidad adulta. Desde la sexología no nos cansamos de repetir que somos seres sexuados desde que nacemos hasta que morimos, y que nuestras vivencias van configurando nuestro estilo de comunicación sexual y nuestras preferencias y afinidades. Por eso no es de extrañar que para algunas personas sea muy difícil compartir una vida afectiva y sexual placentera; si tenemos en cuenta que en la infancia y adolescencia han sido sometidos a graves carencias de contacto físico afectivo, además de habérseles escatimado información e inculcados prejuicios muy negativos en torno a la sexualidad; en estos casos hablamos de deprivación sexual (la palabra deprivación no aparece en RAE, pero no encontramos mejor término para definir la falta de estímulos adecuados para un desarrollo psicosexual saludable).
Cuando se juntan dos personas que han tenido un desarrollo psicosexual muy dispar, la situación puede ser bastante conflictiva. Una añora abrazos, caricias, contacto íntimo; y la otra lo vive con agobio e incomodidad, ya que no ha aprendido a expresar y compartir afecto. Recordamos un paciente que contaba que nunca había visto a sus padres darse un beso, ni en la mejilla. Que en su casa no había lugar para las muestras de cariño. Al casarse con una chica que recordaba con ternura como su padre le hacía cosquillitas en la espaldita y le daba un beso de buenas noches, se hacía evidente la “asintonía” afectiva y sexual de la pareja.
En estos casos, lo mejor es que la pareja pueda hablar de sus sentimientos y si es necesario que busquen ayuda profesional. La terapia sexual y de pareja es muy útil en estos casos. No vale la excusa de soy como soy y no voy a cambiar. La vida es una aventura, y es bueno atreverse a explorar posibilidades que nos hagan más felices.
¿El contacto físico ha supuesto alguna vez incomodidad para ti? Has tenido alguna pareja reticente al contacto físico? ¿Qué opinas de la deprivación sexual?
MARIA PEREZ CONCHILLO
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